(BERNARDO GUTIÉRREZ. La Vanguardia, 7 de octubre de 2023)
Tras cuatro años de persecución por parte del gobierno de Bolsonaro, la cultura brasileña vive uno de sus momentos más vibrantes, en música, literatura, arte, cine, teatro o arquitectura
Durante el gobierno de Jair Bolsonaro, bajo mirada acusatoria y casi sin apoyo público, muchos artistas se concentraron en sobrevivir. Sus energías de resistencia provocaron cierto endurecimiento. Temas más crudos, voces más ásperas. No es casual que la recién inaugurada 35 Bienal de Arte de São Paulo, que incluye la lucha por la vivienda de la Ocupação 9 de Julho de São Paulo, legitime artísticamente las más diversas formas de vida cooperativa. En Brasil, la resistencia ha devenido arte. Tras la dispersión de la cortina de humo bolsonarista, el mundo escucha de nuevo el latido de Brasil. El planeta contempla, como si estuviera hipnotizado por la lava de un volcán, la ebullición cultural del país.
En su cambio de piel, Brasil está ejecutando un triple giro: el feminista, el negro y el indígena. Las disciplinas se hibridan. Y las novedades llegan a ritmo vertiginoso. La música, buque insignia de Brasil, sirve de termómetro. “Es un mercado increíblemente dinámico. Artistas como Céu, Criolo, Emicida, Luedji Luna o Baiana System son considerados casi vieja guardia”, asegura David McLoughlin, director de Brasil Calling, que desde São Paulo internacionaliza la música brasileña. Paralelamente, los nombres sagrados –Caetano Veloso, Gilberto Gil, Maria Bethânia, Chico Buarque–, brillan más que nunca. Un brillo, eso sí, que ayuda a descubrir nuevas voces. Continuidad y ruptura genuinamente brasileira.
A continuación, hacemos un repaso de la cultura brasileña actual. El inventario, asumidamente incompleto, prioriza nuevos caminos y sensibilidades.
Literatura
En El sol en la cabeza (Alfaguara, 2019), Geovani Martins omitió la raza de sus protagonistas, algo habitual en la literatura escrita por blancos. Cuando comenzó el rodaje de la película inspirada en sus cuentos, reveló que eran negros. El sol en la cabeza convirtió a este escritor de la favela Rocinha de Río de Janeiro en una celebridad. Todo el racismo de Brasil se condensa en el pensamiento de un recogepelotas negro en una cancha de tenis: “Sentía el sol calentando mi cabeza, la obligación de servir a gente que ni me miraba a la cara”. Martins (cuya primera novela, Via Apia, se publicará en castellano en el 2024) revela que la sombra de la esclavitud es alargada. Son muchas las voces de la negritud que abordan el legado esclavista. Destaca Itamar Vieira Júnior, que acumula más de trescientos mil ejemplares vendidos en varios idiomas de su primera novela, Arado torcido (Pepitas de Calabaza, 2022). En su último trabajo, Salvar o fogo (Todavia, 2023) repite la fórmula de contar una historia de la Bahía actual para visitar el pasado. Eliana Alves Cruz (que sorprendió con su thriller histórico O crime do cais Vagalungo), Jeferson Tenório (aclamado por O avesso da pele) o Conceição Evaristo (que a sus 77 años se atreve incluso con el rap) dan fe de la proliferación de voces de la negritud.
La literatura escrita por mujeres es la otra gran protagonista actual. Tatiana Salem-Levi, Aline Bei, Morgana Kretzmann, Nathalia Borges, Natalia Timmerman, Giovana Madalosso o Carla Madeira abordan asuntos espinosos con una clara visión feminista. Tatiana Salem-Levi describe el terror psicológico de una mujer violada en Vista Chinesa ( Libros del Asteroide, 2022). Morgana Kretzmann habla de abuso sexual infantil en Ao pó (Patua, 2020). Incluso novelas como Un castillo en Ipanema (Martha Batalha, Seix Barral, 2022), aparentemente menos críticas, dejan el machismo al desnudo. “La diversidad de la literatura brasileña se debe a un desplazamiento de los lugares de producción. En la ciudad, la literatura surge en la periferia. En el territorio nacional, desborda el eje Río de Janeiro-São Paulo. La diversidad cultural significa que Brasil no es compacto. El conocimiento es descompresor”, asegura a Cultura/s Jéferson Assumpção, director de Libro, Lectura, Literatura y Bibliotecas del Ministerio de Cultura. El estruendoso éxito de los ensayos del indígena Aílton Krenak – Ideas para postergar el fin del mundo y La vida no es útil se tradujeron al castellano– confirma el buen momento de las letras brasileñas.
Música
Durante la pandemia, Gilberto Gil y Caetano Veloso realizaron lives rodeados de sus familias. El confinamiento activó en ellos un torrente de energía. Gil se embarcó con su familia de músicos en una gira internacional (paró en Madrid en julio y el 28 de octubre lo hará en Barcelona). Caetano se encuentra inmerso en la gira internacional de Meu Coco (2021). Caetano & Gilberto, indiscutible dúo del olimpo sonoro brasileño, no están solos en su devenir planetario. Artistas consagrados como Djavan, Maria Bethania, Toquinho, Arnaldo Antunes, Marisa Monte o Adriana Calcanhoto han estado on the road. Por otro lado, el disco póstumo del sambista Wilson das Neves, Senzala e Favela (2023), está en las primeras posiciones de las listas de world music.
Simultáneamente al revival de veteranos, Brasil vive una explosión de novedades. La nueva música negra es una de las grandes protagonistas. Brillan mujeres negras como Bia Ferreira, Xênia França o Luedji Luna. Cautivan los pianistas Johathan Ferr o Amaro Freitas (que hermanan jazz y negritud) o investigadores del legado africano, como Tiganá Santana. Arrasan artistas que desbordan el rap, como Emicida, Drik Barbosa o Doralyce. Emocionan mujeres trans como Liniker o Linda Quebrada.
Difícil acompañar el oleaje de nuevos artistas. Es un verdadero tsunami. “La industria se ha transformado. El streaming es la principal forma de acceso, impactando en las estrategias de promoción”, asegura de David McLoughin, de Brasil Calling. Otra novedad del Brasil actual es el ascenso de dos estilos que nunca agradaron a la crítica: el funk carioca (popularizado por Anitta o Ludmilla) y el sertanejo (la banda sonora del Brasil agrícola). “Hay una tendencia de colaboraciones entre artistas de funk y electrónica, o entre músicos de rap y de Música Popular Brasileña (MPB)”, matiza McLoughin. El extraordinario talento del guitarrista Mateus Assato –al que se han rendido pesos pesados como John Mayer o Nuno Bettencurt–, redondea el sensacional momento sonoro de Brasil.
Arte
El 2 de noviembre del 2021, la muerte del artista indígena Macuxi Jaider Esbell conmocionó a Brasil. Esbell había sido uno de los pilares de la 34 Bienal de Arte de São Paulo y era el comisario de la muestra Moquém_Surarî, la primera dedicada a arte indígena contemporáneo en el Museo de Arte Moderno de São Paulo (MAM). Su muerte, léase suicidio, visibilizó de golpe la miríada de manifestaciones culturales indígenas, que atraviesan el arte brasileño actual. La 35 Bienal de Arte de São Paulo que se inauguró el 6 de septiembre, incluye, entre otros artistas indígenas, al colectivo Mahku (etnia Huni Kuin), cuya principal inspiración son las visiones obtenidas de la ayahuasca. El prestigioso premio Pipa de Denilson Baniwa, la inclusión permanente de indígenas en la curadoría del Museo de Arte de São Paulo (MASP) y el nacimiento del Museu das Culturas Indígenas en São Paulo son señales reveladoras. “A mí alrededor cambió todo. El momento parece más propicio a las voces y lugares de habla legítimos”, asegura a Cultura/s Lucas Bambozzi, artista y reconocido comisario, que inauguró en julio la muestra Solastalgia (MAC USP), sobre catástrofes ambientales provocadas por causas humanas, otra línea novedosa. El año pasado el artista Mundano presentó una exposición con materiales de tragedias ambientales: ceniza de incendios amazónicos, barro de Brumadinho (una presa que reventó) o petróleo vertido en el mar.
Coreografías de lo imposible, título de la 35 Bienal de Arte de São Paulo, remite a artistas que “viven en contextos imposibles y atraviesan límites”. Para su equipo curatorial, la resistencia es arte, como lo demuestra la inclusión del Quilombo Cafundó (remanescente de cultura africana), laSauna Lésbica de Santos o la Cocinha de la Ocupação 9 Julho. “Lo importante es colocar el foco en las causas y luchas del movimiento, no en los interlocutores”, matiza Lucas Bambozzi, colaborador del Movimento dos Trabalhadores Sem Teto (MTST), involucrado en la Cozinha.
El hedonismo de OPAVIVARÁ! (hamacas, duchas y elementos lúdicos en el espacio público), los artistas lumínicos de Projetemos (proyecciones de imágenes sobre edificios), la intervención Reviravolta de Gaia (personas disfrazadas de animales y plantas pidiendo “derechos salvajes”) y las revisiones de estatuas coloniales de Helô Sanvoy, grupo Guaraní Yviripã o Pedro França redondean la radiografía. Algunos artistas renombrados como Cildo Meirelles anticiparon el momento rupturista al transformar a las termitas en el epicentro de su obra Nós formigas (Parque do Serralves, Portugal, 2013).
Cine
A pesar de las buenas críticas de Bacurau (Kleber Mendonça Filho y Juliano Dornelles, 2019), el público internacional recibió el filme con confusión. La mezcla de gore, thriller, far west y ciencia ficción usada para describir la resistencia colectiva de una aldea del nordeste ante el ataque de un grupo de blancos es difícilmente entendible fuera del planeta Bolsonaro. Kleber Mendonça Filho –que ya abordó tensiones urbanísticas en Aquarius (2016) y O som ao redor (2013) –, retorció su mirada para enfrentarse a un Brasil acuciado por violencias múltiples. De hecho, en la última década, los cineastas brasileños se han apoyado más en la ficción que en el documental. Casa Grande (Felipe Barbosa, 2014) usa la decadencia de una familia burguesa para denunciar el clasismo. Los silencios (2018) habla de refugiados políticos colombianos que entran en Brasil por la Amazonia. En Marte 1 (Gabriel Martins, 2022), una pareja coloca sus esperanzas en su hijo (negro y pobre) que sueña con ser astronauta durante el gobierno de Bolsonaro. Especial mención merece Divino Amor (2019), del ecléctico Gabriel Mascaro, que recrea un distópico futuro totalitario con rave parties evangélicas.
La mirada indígena también ha irrumpido en el cine. Los indígenas Yanomami filmaron sus propia resistencia en el documental A última floresta, escrito por Luiz Bolognesi y el legendario chamán David Kopenawa. La inclusión del trabajo de tres cineastas Yanomami en la 35 Bienal de São Paulo y la recién creada Red Audiovisual das Mulheres Indígenas (Katahirine) confirman el ascenso del cine indígena. Katahirine, fruto de años de trabajo del Instituto Catitú, reúne a 71 mujeres indígenas de 32 etnias. La red potencia un sentipensar audiovisual para que las mujeres indígenas cuenten sus propias historias. “Ver no apenas con los ojos, sino con todo el cuerpo, ver con los ojos de los pájaros, ver como las plantas”, declaró Sophia Pinheiro, una de las coordinadoras de Katharine, al medio Outras Palavras.
Arquitectura
Hasta el 10 de diciembre, el Pavilhão Ciccillo Matarazzo de Oscar Niemeyer que acoge la Bienal de Arte de São Paulo, está intervenido. Las curvas de Niemeyer se exageran, se unen, formando estructuras corporales. Y el vão (espacio vacío) del pabellón pasa a ser un territorio habitable gracias al estudio Vão, especialista en trabajar con vacíos y espacios entre edificios. Precisamente, esta característica impregna buena parte de la arquitectura brasileña actual. La 13ª Bienal Internacional de Arquitectura de São Paulo del 2022 se tituló Travesías para Visibilizar , “el puente, la escalera que liga, la rampa que vence el desnivel, los caminos que conectan territorios”. Para ello, la Bienal de Arquitectura seleccionó el trabajo de Arquitectura na Periferia (promueven la inclusión de las mujeres en la construcción de sus casas) o Mouraria 53 (transformaron una casa en obras en espacio de aprendizajes), entre otros. El trabajo de Coletivo Levante, Terra y Turma, Arquitetos da Vila o la Rede Brasileira de Urbanismo Colaborativo bebe de esa ola colectiva. Priman los procesos, la reinvención de la precariedad, la reutilización de materiales. No es casualidad que la arquitectura de la periferia brasileña haya conquistado el premio a la mejor casa del año de la revista ArchDaily en el 2023. La Casa do Pomar do Cafezal, construida en la favela Aglomerado da Serra de la Belo Horizonte por el Coletivo Levante, se alzó con el galardón. Su fachada de ladrillos y su muro sin pintar se mimetizan con su entorno en un voluntario acto de camuflaje.
Artes escénicas
La muerte de Zé Celso a sus 86 años transformó en julio el emblemático Teatro Oficina de São Paulo en un velatorio festivo. Miles de personas rindieron homenaje al dramaturgo que revolucionó el teatro brasileño. Su legado sigue vivo en una vocación colectiva por diluir la frontera entre público y escenario, entre teatro y calle. La continuidad y ruptura escénica seguirá girando alrededor del Teatro Oficina donde se enredaron históricamente tropicalismo, teatro del oprimido y carnaval. Protagonistas de rupturas previas siguen brillando, como el Grupo Parlapatões o el Grupo Galpão (celebran sus cuarenta años con Cabaré Coragem ). Tras el paréntesis pandémico, el teatro de calle resurge con vigor, de la mano de Teatro da Vertigem o Tá na Rua, entre otros. La renovación del teatro también está impregnada de luchas. Gabriela Carneiro da Cunha sorprendió con la pieza Altamira 2042, que dibuja el futuro distópico provocado por la construcción de la presa Belo Monte en la Amazonia. La actriz Carolina Bianchi causó conmoción en el último Festival de Aviñón, al drogarse durante su obra Buenas noches Cenicienta, mecanismo mediante el cual aborda su propia violación. Por otro lado, destaca la Cia REC, dirigida por Alice Ripoll y protagonizada por jóvenes de las favelas de Río de Janeiro, con su híbrido de performance y danza.
Uýra Sodoma, la drag queen amazónica que defiende los derechos LGBTQi y la naturaleza, protagonista del documental Uýra, visibilizan el carácter inclasificable de buena parte de las artes escénicas brasileñas.
Políticas públicas
Nada más llegar al poder, Jair Bolsonaro redujo el ministerio de Cultura a una secretaría. Durante su mandato atacó al sector de la cultura y casi eliminó su financiación. Especialmente duro fue contra la histórica ley Rounet de patrocinio privado a la cultura. En el 2022, Bolsonaro vetó la ley Paulo Gustavo, ayuda de emergencia para artistas afectados por la pandemia. El regreso de Lula a la presidencia significó también la restauración de políticas públicas culturales. “Durante los gobiernos de Lula y Dilma conseguimos tener al menos una biblioteca en los 5.568 municipios brasileños. Con Bolsonaro, mil municipios se quedaron sin biblioteca. Tenemos que ayudar a los ayuntamientos a reabrirlas”, asegura Jéferson Assumpção, del ministerio de Cultura.
La descentralización es la gran apuesta de Margareth Menezes, la nueva ministra de Cultura. La ley Paulo Gustavo canalizará 720 millones de euros para el sector cultural a través de los ayuntamientos. La ley Aldir Blanc aportará 570 millones. A su vez, Menezes quiere fondos del Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), destinado a grandes infraestructuras. “Hace falta proveer a las ciudades de equipamientos culturales. Queremos llegar a las favelas y a las ciudades pequeñas. Tendremos CEUS (Centros de Artes y de Deportes) de la Cultura y CEUS ambulantes (camiones y barcos) llevando cultura a todos los rincones de Brasil”, aseguró la ministra a la Agência Brasil. Revertir el ruinoso legado de Bolsonaro será arduo. Por citar un ejemplo, el programa de la Agência Brasileira de Promoção de Exportações e Investimentos (APEX) que apoyaba acciones culturales en el exterior aún no ha resucitado. “Nuestro papel como gobierno es crear un plan nacional que articule programas en los que desembocan un conjunto de proyectos dispersos”, matiza Jéferson Assumpção.